sábado, 14 de marzo de 2015

Día tonto...

Lo que hoy publico no es mio, es algo que salió de la pluma de un buen amigo escritor, piloto, "pirata caribeño" y futuro navegante, Jorge Real, al que tengo muchas ganas de poder abrazar de nuevo, algo que espero, pueda suceder pronto...

... y aunque no literalmente, si que hoy, cuando se acerca otro "Día del Padre", por miles de circunstancias, me identifico plenamente con sus sentimientos, vamos que tengo el día tonto.

¡Va por ti, amigo!.

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Querida hija:

Andaba descalzo por la cubierta de los sueños, cuando llegaste a nuestras vidas como una estrella radiante, para iluminar nuestros senderos con tu alegría. A los pocos años acostumbraba a leerte cuentos antes de dormir. Te acurrucabas en nuestra cama entre tu madre y yo, y juntos leíamos tus cuentos preferidos. Uno de ellos, el que más te gustaba era Jim Botón y la Princesa de Michael Ende. El primer capítulo se titulaba La princesa Li y siempre decías: ¡Esa soy yo, esa soy yo!, aunque tu personaje favorito llegó a ser el extraño Sr. Manga. Yo, cada noche, algunas veces rendido por el trabajo del día, continuaba con la mayor calma la lectura:

¿Es esta la isla de Lummerland – quiso saber la voz.
Este es nuevo Lummerland – aclaró el señor Manga ―¿Quién es usted?
Soy el cartero. He perdido el rumbo bajo la lluvia y mi barco ha encallado.
¿No tiene importancia, pero baje usted el correo, señor cartero!
Me gustaría, pero tengo un saco lleno de cartas.

Y entonces tú me lanzabas una mirada y, con una sonrisa, me preguntabas

Señor cartero ¿tiene usted una carta para mí? – y yo te contestaba siempre que sí, que siempre había una carta para ti…

Quería quedar en tu memoria como el padre que cumplía todos tus deseos. Me esforzaba en abrazarte, en mirarte a los ojos siempre que me hablabas, en llevarte en brazos hasta que ya no pude cargar contigo, en besarte las sienes sin cansarme; darte el mismo amor y el contacto físico que yo recibí.
Por las noches te escapabas de tu cama, en pijama y venías de puntillas a mi lado mientras trabajaba en mi despacho. Te acercabas por detrás, ponías tu barbilla sobre mi hombro y me preguntabas con picardía:

¿Tiene usted una carta para mí, señor cartero?”, y yo te contestaba: “Sí, princesa, tengo una carta de amor para usted”, al tiempo que garabateaba sobre un trozo de papel un Te quiero mucho, y te lo entregaba.

Recuerdo que por aquel entonces fue la caída de tu primer diente. El resto de ese día lo pasaste yendo y viniendo al espejo, poniéndote colorada y decías que no irías a la escuela hasta que no te saliera el diente nuevo. En la noche no podías dormir. Tus ojos muy abiertos miraban a los míos. Querías que te asegurase que un nuevo diente crecería esa noche mientras dormías.

Al día siguiente, muy temprano, fui a comprarte un pequeño piano que habíamos visto y que te hacían ilusión. Recuerdo que después de que te lo dimos, recuperaste la alegría y tu risa volvió a ser chispeante y con una gracia particular por la mella del diente.

Quise ir guardando en tu memoria buenos recuerdos y fui acumulando entrañables experiencias con la ilusión con que se atesora un hermoso ajuar. Quise formarte para que fueras buena y feliz, sin perder la libertad. Que estuvieras preparada para la larga vida que nunca disfrutaste. ¡Cuánto te echo de menos!

Inconscientemente creí que podía planear el futuro, pero fue al contrario, el futuro se acercó a traición disfrazado de amor, cambiando nuestros planes. Me hice ideas falsas sobre la vida. Sin saberlo entonces, estaba creando esos recuerdos, no para ti, sino para mí, porque ya no estás y son esos recuerdos los que ahora llenan mi corazón deshabitado.

Los años de tu infancia transcurrieron fugaces. Te convertiste en una linda señorita. Día y noche junto a tu madre, te cuidamos. Quería que cuando yo marchara, cuando quedara dormido para siempre, me recordaras como un padre bueno, el más entregado, el mejor.

Tocabas el piano para mí y te esforzabas en encontrar melodías de mi agrado para, con una sonrisa de orgullo por haber logrado ejecutarlas, buscar la mía.

He ido al Centro Comercial y visitado la tienda de pianos, para cambiar el pedido del piano nuevo. El gerente me preguntó el motivo, y mi respuesta fue que ya no volverías a tocar el piano nunca más. ¿Qué iba a decirle? Un cliente me escuchó y me miró con descaro.

Quiero que sepas que una de las tortugas que creíamos macho, ha puesto cuatro huevos cerca de dónde plantaste los huesos de dátiles. La tarde anterior tu madre la notó inquieta, no cesaba de moverse, luego se pasó toda la tarde excavando en un hueco con las patas traseras. Cuando los cuatro huevos salieron, descansó un poco antes de comenzar a taparlos con la misma tierra que había sacado.
¿Sabes? He cambiado las pilas del piano, con el que tantas melodías me regalaste, y le lanzo miradas de ternura por si tú también, al mirarlo, las encuentras.

¡Herida en el pecho!― gritó alguien mientras te llevaban al quirófano. Cuando te llevaban, te susurraban: ¡Corre, hija mía, corre, no dejes que la muerte te alcance!
¡Huye, toma mi mano, ásete a ella, cerraré los puños y no dejaré que te lleve! Estoy contigo. Estamos juntos.

Mentira, todo mentira…empapado de dolor, no pude más que intentar detenerte con mis besos, durante los minutos que se abrían aquellas puertas y llorar mi impotencia, mientras la muerte, con su entrada triunfal fue bebiéndose tu aliento frente al rencor de mis ojos, ante su presencia.

Ahora tendido en el recuerdo paso horas aceptando lentamente tu ausencia en mi interior, Hoy lanzo tu nombre como llamada al aire vacío que me envuelve y no oigo respuesta porque el eco lo rompe.

Al entrar en la capilla, sé que nos miraron. Te colocaron junto a ellos delante del altar, como testimonio de sangre y dolor. Quise ocupar tu lugar, pero no pude. Tu madre se había apagado como una flor marchita. Caricias sobre mis hombros. Caricias que yo no quería porque la sentía arañarme.

A mis pies sólo veo la brecha de mi fracaso. Mi rostro, prematuramente muerto sólo mira ya hacia mí mismo. Llevo la culpa grabada en mi mente y en mi corazón. En mi afán de demostrarte mi amor, de enseñarte lo precioso de ese sentimiento, olvidé alertarte prevenirte sobre otras clases de amor. Debí hacerlo el día que me contaste como anécdota que tu novio, aquel joven de aspecto inocente, de quien te enamoraste perdidamente, había discutido con uno de tus compañeros de clase sólo por saludarte, y que se había enfadado con otro sólo por sonreírle.

Como padre fracasé al no advertirte entonces, que prestaras atención a esas señales, y que si notabas que se repetían, huyeras de ese amor. ¡Huye de los celos que se esconden detrás de una cortina de amor!― debí decirte. ¡Huye de los celos que enamoran la inteligencia con interrogantes, sospechas y miedos que mortifican tu dignidad con indagaciones, lamentos e insidias que te harán sentir despojada y ridícula! ¡Huye de quien, en nombre del amor se cree con el derecho de convertirse en policía, inquisidor y carcelero! ¡No temas! Debí aconsejarte… no temas ceder a la indignación que te impulsa a cerrar la puerta tras de ti, después de dejar las llaves encima de la mesa. Todo eso debí decirte. Para todo eso y más, debí prepararte…

Esta noche se ha arrugado el papel de mi corazón. Leo incansablemente tu cuento preferido e intento llenar sin conseguirlo, ese hueco hondo y vacío, memorizando tu imagen junto a mí, con tu cabeza sobre mi hombro, preguntándome si hay una carta para ti… yo, como siempre, te contesto con lágrimas que sí. Que siempre habrá una carta de amor para ti, por si estás allí, con tu mejilla junto a la mía y puedes leerla…

Jorge Real Sierra



viernes, 13 de marzo de 2015

Mis paraísos cercanos: Sicília... una isla griega

Dominada sucesivamente por casi todas las grandes civilizaciones que han señoreado por el Mediterráneo. Sicília ha desafiado el paso del tiempo sobreviviendo a todos cuantos quisieron dominarla. Solamente el recuerdo de “lo griego”, como ese primer amor de juventud, fue capaz de doblegarla, y es que, a veces, Sicília parece Grecia.

Sicília constituye un compendio de lo que ha sido la historia del Mediterráneo. Sus playas han contemplado el desembarco de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, árabes, bizantinos, normandos, franceses, españoles, austriacos... El resultado de todo esto, ha sido una cultura riquísima en todos los aspectos; desde la tradición oral hasta el patrimonio arqueológico, pasando por la gastronomía y los monumentos artísticos. El rico folclore siciliano ha recogido y re-elaborado el recuerdo de estas invasiones y ha creado, en esta tierra de la fantasía, paladines con corazas de oro que luchan contra reyes moros de expresión feroz, vestidos con ricos damascos y turbantes que coronan con joyas de “las mil y una noches”. Son los pupi, esas marionetas que la tradición ha utilizado para explicar a los insulares los episodios más sobresalientes de su pasado y de su herencia cultural.

Una historia que ha venido determinada por su posición geográfica, justo en el centro del Mediterráneo, puente entre Europa y África, entre Oriente y Occidente, isla siempre deseada además por su belleza y por la riqueza de su suelo. Sus dones naturales ya fueron alabados por geógrafos y poetas griegos, que mencionan la fertilidad de las laderas del Etna y el esplendor de sus ciudades. Aún en nuestros días, la naturaleza es aquí impresionante: las tortugas bobas ponen sus huevos en las playas de Lampedusa, pueden encontrarse focas monje en algunas playas desiertas... Y, además, su carácter de puente entre continentes, permite que cada año más de doscientas especies de aves aniden y recuperen energías tras una larga travesía sobre el mar.

El mar... el mar que aísla, pero a su vez es camino y comunicación, ese mar, trajo a Sicília a gentes desde los más remotos orígenes. Según Tucídides, los fenicios ocuparon toda la isla antes de fundar Cartago allá por el 814 a.C. Con la llegada de los griegos, un siglo más tarde, los fenicios se retiraron a la parte occidental de la isla, donde tenian sus enclaves de Motya, Panormos (Palermo) y Solunto.

Después vinieron los cartagineses, Roma, varios pueblos bárbaros, los normandos, el Sacro Imperio Germánico, franceses, catalanes... así hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando se llevó a cabo, aquí, uno de los más famosos desembarcos realizados por los marines norteamericanos.

Pero si los fenicios fueron “el primer pueblo” en invadir la isla y transmitir los avances técnicos y las novedades “de Oriente” a los antiguos habitantes de Sicília, no hay duda de que fueron los griegos quienes, a lo largo de varios siglos, convirtieron esta isla en el principal foco de cultura y civilización del Mediterráneo, hasta el extremo de que Sicília ha tenido desde entonces más de griego que de “romano” (lease italiano).

En la antigüedad, Sicília fue Grecia. En Agrigento, por ejemplo, nació el sabio Empédocles, quien movido por su afición a la ciencia, fue a instalarse de forma permanente en la cumbre del Etna, donde falleció como consecuencia de una erupción. También Píndaro, el gran poeta y autor de célebres himnos y odas a los campeones olímpicos, sucumbió a los encantos de esta maravillosa tierra e hizo de Sicília su residencia. Arquímedes y su famoso “Eureka”, que fue exclamado en una bañera de Siracusa. Incluso el propio Platón hizo estancia en la isla, y Homero, quiso que Ulises, el héroe de la gran guerra de Troya, vivieran en esta ínsula algunas de sus más impresionantes aventuras.

La primera fundación griega en Sicília fue Taormina, ciudad amada por poetas y pintores, así como por varias generaciones de intelectuales europeos desde el siglo XVIII, en busca de sol y de su armonía. Fundada en el año 734 a.C., conserva aún un magnifico teatro griego perteneciente a esa época, reformado más tarde por los romanos, que se levanta sobre una antigua acrópolis, a 214 metros sobre el nivel del mar. Balcón sobre el mar y situada frente a la cubierta cumbre del Etna, aparece como un paraiso “rafaelista”, que bien podría estar rodeado por los angeles de Boticceli. Desde lo alto de la colina, la mirada abarca desde el cabo de Sant' Alessio, en el estrecho de Mesina, hasta las costas calabresas.

El poeta inglés Byron y el romántico alemán Heine rivalizaron en alabanzas sobre este lugar, allá por el siglo XIX. Ciudad soñada por los artistas y creadores, hechizados por su teatro y sus perfumes, entre sus estrechas callejuelas, en Taormina se respira una atmósfera “prohibida”. Aquí recalaron Hertz, Wood, Klimt, y sobre todo, el conde von Geleng y el barón von Gloeden, quienes en estos parajes se consumieron en mórbidas y turbias pasiones por el candor mediterráneo.


Nuestra siguiente parada será Siracusa, una de las “ciudades monumento” que por sí sola merecería un viaje a Sicília. Cuando el visitante llega a ella, se siente trasladado a los tiempos de la antigüedad. Su teatro griego, el anfiteatro romano, el gimnasio; un apasionado de la arqueología se puede volver realmente loco aquí. La ciudad fue fundada en el año 634 a.C. Alcanzó su máximo esplendor en el siglo IV, época en la que se construyó un teatro excavado en la roca del monte Temenite. Es uno de los de mayor tamaño que han sobrevivido al inexorable paso de los años. Tiene un diámetro de 140 metros, y se compone de graderío, orquesta, un altar de Dionisos en el centro, y el escenario. Allí se representaban las famosas tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.

Junto al teatro, existe una enorme gruta, que en época romana, fue utilizada por las primeras comunidades cristianas a modo de catacumbas, y que es conocida como “la oreja de Dionisio”. Según cuenta una leyenda, en tiempos del tirano Dionisio (y ahora regresamos al periodo griego), se encerraba en ella a los prisioneros atenienses, enemigos acérrimos de Siracusa, para escuchar desde lo alto, por una abertura en la roca, los secretos que los prisioneros se susurraban al oído.

Precisamente por los ataques de los atenienses y la continua amenaza de los cartagineses, Dionisio de Siracusa, uno de los tiranos más afamados del “mundo clásico”, se vio obligado a ampliar los muros defensivos de la ciudad, entre los años 402 y 397 a.C., y construir una magnífica fortaleza, conocida con el nombre de Eurialo, en la colina que domina la ciudad. Este perímetro defensivo de Siracusa, mide 24 kilómetros y desde la fortaleza se contempla un esplendido panorama. Es ésta, además, la obra de arquitectura antigua más colosal que nos queda de la civilización griega.

Otro lugar donde se conservan testigos de esta época es en el museo arqueológico Paolo Orsi, considerado uno de los más ricos e importantes del mundo. Se encuentra en el parque de Villa Landolina, en el paseo Teócrito.

En la centuria que va desde mediados del siglo VII a mediados del siglo VI a.C., se habían fundado en Sicília otras dos importantes colonias griegas, Selinunte y Agrigento. La primera se convirtió muy pronto en una de las ciudades más importantes de la isla, lo que atrajo la atención de los cartagineses, que la sitiaron en el año 409 a.C., destruyéndola completamente y aniquilando a todos sus habitantes. Su atormentada historia ha dejado sobre el terreno colosales capiteles y trozos de columnas, bloques ciclópeos, etc. sobre la acrópolis se encuentran los famosos templos A, B, C y D dedicados al culto de diversos dioses del Olimpo, así como numerosos edificios civiles. Al este, sobre la colina, se encuentran los restos de los templos de Hera, Athenea y Apolo.

Por carretera, la ruta que une Selinunte con Agrigento es una orgía para los sentidos, entre zonas de matorrales mediterráneos y playas de arena blanca. Si uno levanta la vista para contemplar los pueblos que crecen en las montañas, vislumbrara las ruinas de antiguas fortalezas construidas para defender los centros habitados. Siglos más tarde, los romanos explotaron todos los recursos de este rincón de la isla, que les debió de encantar brutalmente. Construyeron villas lujosas, como las de la Plaza Armerina y la de Casale, con sus famosos mosaicos, trazaron carreteras, promulgaron leyes e introdujeron nuevas modas. Aunque también, como todos los pueblos que conquistaron Sicília, depredaron sus riquezas.

En cambio Agrigento hizo su fortuna traficando con los cartagineses su excelentes vinos y aceites. Ya el poeta Píndaro la definió como “la mas hermosa de las mortales”, y fue, tras Siracusa, la segunda colonia helena con un mayor perímetro amurallado: unos trece kilómetros, una autentica barbaridad si nos situamos hace casi dos mil quinientos años atrás. Durante esa época, probablemente vivieron en Agrigento más de 50.000 personas.

Desde la ciudad moderna, se domina el llamado Valle de los Templos, donde se agrupan un importante conjunto de ellos, de los siglos VI y V a.C.: el de Zeus Olímpico, el de la Concordia, el de Hércules y el de Juno. El de la Concordia ha resistido muy bien los azotes del tiempo y puede considerarse, tal vez, el templo griego mejor conservado de Italia.

La colonización griega de Sicília también se hizo notar en el interior de la isla. Tras atravesar extensiones de prados desiertos, quemados por el sol, y varios bosques y pueblos situados a los pies de los montes Nebrodi, se llega al corazón de la isla. Aquí lo griegos construyeron numerosos santuarios, y más tarde sus sucesores, los romanos, diversas villas y fortalezas. La carretera sube hasta Enna, la capital de provincia más alta de Europa, casi a mil metros de altura. Hay que dejarse llevar y pasear por vía Roma.

Posiblemente nos sintamos observados por algunos ojos curiosos, e indiscretos, tras las ventanas y los portales entornados, pero desde luego, tendremos la sensación de tener Sicília a nuestros pies. Al fondo, a la derecha, probablemente veamos una delgada columna de humo. Es “su majestad” el Etna, con la cima casi siempre blanqueada.

Sicília posee una serie de islas que la acompañan en su navegación mediterránea. Las más famosas son las Eólicas o Eólias, situadas al norte y este de Sicília. Es el archipiélago mas numeroso que la rodea, al que se llega desde Milazzo, cerca de Messina. Son siete pintorescas islas de origen volcánico en las que hoy habitan unas diez mil personas, pero en las que no se olvida un dramático pasado de batallas y devastadoras erupciones volcánicas.

Lipari, es la mayor y posee varios núcleos habitados. A destacas las antiquísimas termas de San Caloggero, con un edificio con cúpula, que se remonta al siglo XV. La costa, con sus peñascos inaccesibles, forma playas blancas.

Al norte se encuentra Salina, la única que posee minas de agua dulce, matorrales mediterráneos y arboles como el castaño y el álamo. Panarea es la más pequeña y la más vieja, surgida a consecuencia de la explosión de un volcán submarino. Stromboli es la más lejana, la más aislada y afectada por las erupciones, el viento y el mar, pero también la más cinematográfica, dada a conocer por Rossellini en su famosa película.


Hay más islas que rodean Sicília y no pertenecen a las Eólias. Están las Égadas, un pequeño archipielago frente a la costa de Trapani, desde donde salen los barcos que la conectan con el resto del planeta. La mayor de ellas es Favignana. Cuenta con escasa vegetación, y los pocos huertos que existen, están labrados dentro de fosas que los protegen del viento. Su agua cristalina invita al baño. Levanzo es una isla montañosa y verde, y finalmente Marettimo, la más alejada, ofrece bellos acantilados.

Luego están las Pelagias, perdidas al sur de Sicília. La isla de Linosa es la punta emergente de un volcán, donde las rocas y el verde y azul del mar se codean con los colores pastel de las casas. Mayor que la anterior, y más alejada, está Lampedusa, tristemente famosa en los últimos tiempos por haberse convertido en puerta -falsa- de entrada de la inmigración ilegal, con sus costas que caen a pico, como precipicios.


Queda Ustica, en el norte, cerca de Palermo. Reserva marina desde el año 1986, una autentica joya con fondos marinos nada contaminados y donde se puede nadar entre esponjas, ánforas y restos de pecios sumergidos.

De vuelta a casa, no estaría de más acercarse a una librería y comprar -y leer, por supuesto- “Viaje a Italia” de Goethe, para comprender que impresión pudo producir la isla al gran poeta del norte. Nosotros, gente del sur, seguramente también compartiremos con este gran amante de Sicília el dolor y la desesperación por tener que abandonarla. Manteniendo, eso sí, su recuerdo, el del color del mar, el de los almendros en flor, los olivos, los templos griegos... y las andanzas, policiales, personales y culinarias, de mi querido Montalbano... aunque esto, ya es otra historia que contaré en su momento, como diría el viejo brujo de Conan el Bárbaro.

Y quien quiera otra cosa... que se haga "turista de Tripadvisor".

domingo, 8 de marzo de 2015

Sofía, su hijo y cuarenta cabras

Al norte de la Isla de Milos, antes llamada Zephiros, a unas escasa 13 millas, hay un pequeño islote, Antimilos, realmente no es más que un volcán, como otros tantos de los que conforman las Cicladas. OFICIALMENTE, este islote está deshabitado de la humana grey, y sus piedras y matojos solo son hollados por las pezuñas de unas “raras” cabras... parece ser que distintas a todas las demás cabras que habitan las otras islas. Esto debido a que es algo así como un Parque Natural. Este islote de Antimilos, solo tiene una ¿playa? por su lado sur, con poca o ninguna arena, llena de rocas, con un tenedero que, aunque sin mucho fondo, no se lo deseo ni a mi peor enemigo, es el ideal para enrocar el ancla, tal y como los manuales de fondeo indicarían que las anclas se enrocan y se pierden.

Sofía, una de esas “típicas” mujeres griegas (del modelo “jroña que jroña”, para que nos entendamos todos y os hagáis una buena idea del tipo al que me refiero), con una edad indefinida, siempre de luto, desde tiempos inmemoriales diría yo, desde que enviudó debido a un mal golpe de mar, que la dejó sin su marido pescador y con un hijo Ari (nunca he sabido si es Aristóteles o Arístides, ni me ha importado nunca el saberlo); viven OFICIALMENTE en Areti, una pequeña aldea-puerto del norte de la Isla de Milos. Ari, que chapurrea el español además del inglés, anduvo muchos años embarcado “en la mercante”, hasta que las reconversiones, las banderas de conveniencia, las... lo hicieron retornar a su isla.

Sofía y Ari viven de un pequeño huerto, de algo de pescado que Ari obtiene con su barca y vende en la cercana “capital” de la Isla, Adamantas... y de sus cabras... y aquí es donde termina lo OFICIALMENTE de esta historia, porque de tiempo en tiempo, y no transcurre mucho entre uno y otro, Sofía y Ari, se montan en la pequeña barca de Ari, y al ritmo del “poti-poti” del motor diésel, se van hasta Antimilos.

¿Para que?... pues para cuidar a sus cabras... porque cuarenta de aquellas “raras” cabras de Antimilos son suyas.

En esos días que pasan en el islote, recogen y matan algunos chotos (cabritos les llamareis vosotros), “descastan” algunas cabras viejas y recogen algunas “hierbas mágicas” que una vez convenientemente secas, Sofía utiliza en aromatizar aceites que curan la piel “acartonada” por la mar y en infusiones que todo lo sanan. Durante esos periodos que están en Antimilos, viven en una pequeña casa, extrañamente sin pintar de blanco y añil, que se confunde con la propia piedra de la isla y no eres capaz de verla hasta que estás en la misma puerta.

Así que, aunque OFICIALMENTE, Antimilos está deshabitada, allí también vive Sofía, su hijo Ari y cuarenta cabras (hay mas, pero no son de ellos). Supongo que ahora mi admirada Ana habrá comprendido mi comentario.

Para los que no me conocen personalmente, diré que soy algo “asocial”, me gusta “desaparecer” de vez en cuando. Además de “Gordo, viejo y feo”, como yo mismo me describo -así nadie se llama a engaños y también me evito el que me lo digan, ya me lo he dicho yo; esto también es autentico “humor granaíno”, aliñado con algo de malafollá -por otra parte tan típica de mi tierra-). En una de estas “desapariciones” mías acabé recalando en Milos, así, sin comerlo ni beberlo. Yo había conocido Grecia -la Grecia continental- durante el tiempo que residí allí, en Atenas, por trabajo, durante los “infaustos” JJ.OO. de la XXVIII Olimpiada; pre-juegos, juegos y post-juegos, y ciertamente, mucha piedra, mucha ruina, pero no me gustó, para mis adentros decía aquello de “que bonita sería Grecia sin griegos”, quizás estas opiniones estaban -muy- influenciadas por las personas que me rodeaban, funcionarios, políticos, técnicos “oficiales”... Así que no sé muy bien como es que acabé en ¡una isla Griega!.

Conocí a Ari el mismo día de mi arribada a Milos, llegaba hecho polvo, de haber navegado sin parar desde Malta, de un tirón, así que no andaba yo con muchos miramientos acerca de donde largar el fondeo, y vine a hacerlo frente a su casa, en Areti... Ari, que andaba liado con sus artes y su barca, al ver donde estaba intentando fondear, y utilizando el lenguaje internacional de los signos, me indicó donde hacerlo con seguridad, algo a lo que hice caso, ya sabéis... si el “nativo” te dice por señas... “ahí no, que te vas a hacer puñetas”... hay que dejar a un lado las sabias palabras de “Sta. IMRAY patrona y protectora del buen crucerista” y hacerle caso al nativo.

Tras fondear, y usando el mismo sistema internacional de signos, lo invité a subir a bordo y tomarnos unas cervezas (Alhambra 1925, que hay que ir haciendo patria y todavía tenia reservas). Entablamos conversación en inglés, aunque cuando vio la bandera que llevaba el Ojú el la popa, rápidamente cambiamos al español (chapurreado aunque fácilmente comprensible el suyo). Al rato, bajamos a tierra, y me presentó a su madre, Sofía, la cual me “adoptó” desde el primer momento (Ari se convirtió en una especie de traductor oficial, porque mi griego “clásico”, de la época del bachiller, andaba algo más que oxidado). Total, que entre unas cosas y otras, conocernos, contarnos nuestras vidas e intentar que Sofía pudiera comprender por que un español con “educación” y trabajo lo dejaba todo para irse a navegar el solíto por “esos mares de Dios” pasaron las horas y no queriéndome hacer “el plasta” dije de volver a mi barco.

En ese momento, Ari, me preguntó si pensaba hacer algo al día siguiente, a lo que respondí que dormir y después... nada, pues quería estar un día de “incógnito”, sin hacer la entrada oficial, hasta ver si aquel sitio me gustaba o no -cosa que muy diplomáticamente me abstuve de decir-. Entonces, Ari me pidió si podía llevarlos, cuando me despertara al día siguiente, hasta Antimilos... “que es aquella montaña que se ve allí enfrente”, cosa que acepté al instante con la condición de que me dejaran dormir hasta que me despertara por mi mismo. Ari razonaba que mi motor era mas potente que el suyo, que el Ojú era -mucho- mas grande que su barca, que seguro a su madre le gustaría viajar en un velero alguna vez en su vida... una montaña de bienintencionadas razones, a las que yo no hacia el mas mínimo caso, porque ya había tomado mi decisión... los llevaba, total, para no hacer nada “de provecho” pues ayudaba a aquellas dos personas que me habían acogido de esa forma. En esas quedamos y nos despedimos.

Esa noche, hasta que conseguí dormirme, que fue casi instantáneamente, andaba cavilando acerca de lo diferentes que eran los griegos que había conocido en Atenas a aquellas dos personas.

A la mañana siguiente, una vez despierto, vuelto “al mundo de los vivos” y reconvertido nuevamente en “persona” gracias a una buena dosis de café -soy cafeinomano confeso-, emprendimos la travesía que separa Milos de Antimilos. A motor, plácida y rápida. Durante la travesía, y dado que Ari me tradujo la extrañeza de su madre por el nombre del barco, anduvimos de explicaciones de esa expresión tan andaluza como es Ojú, de sus significados, de sus variantes (Ojú, Ozú, Ajú, Pff...), de por qué le había puesto aquel nombre... todo esto, bien adobado por una “inspección a fondo” del barco por parte de la buena mujer, que de primeras no entendía el concepto de “auto-caravana flotante” que yo le había explicado la noche anterior, ¡no dejó ni un rincón sin inspeccionar! Hasta que con una mirada de aprobación dijo algo así como “ahora entiendo como puedes vivir aquí”.

Fondeo en la dichosa playita “del demonio”... y con la “mini Ojú” expedición de desembarco. Me asombraba la agilidad de aquella mujer, como se movía por el barco, como subía a la mini Ojú, como fue la única de los tres que llegó a tierra completamente seca, ni tan siquiera se había mojado el pico de su negra falda... mientras llevaba en sus manos sus zapatillas y sus medias, también negras.

Tras subir por aquellos malditos peñascos y andarnos medio islote, llegamos a su “casa”... ellos se entretuvieron el resto del día en hacer lo que tuvieran que hacer, yo me dediqué a “descubrir” lo que desde entonces se convirtió en “mi paraíso perdido”.

Al cabo de un -buen- rato, mi estómago andaba cantando ya “la Traviatta” y pidiéndome pitanza... cuando un estupendo olorcillo llegó a mi bien “dotada” -por lo del tamaño- nariz... ¡pies para que os quiero!... en tres zancadas y ocho o nueve brincos me planté en la casa.

Ari había matado y troceado uno de los chotos, y ante mi se presentaba una deliciosa oferta de σουβλάκια (souvlakis) asándose en unas brasas hechas con aquellos yerbajos que cubren toda la isla. Ciertamente no sé de donde salieron los pinchos, la parrilla, los “aliños”... pero ¡que puñeteramente buenos estaban aquellos “pinchitos griegos” de choto!. Puedo prometer y prometo que hasta les saqué brillo a los palitroques.

Entre unas cosas y otras, mientras acabábamos con la pitanza, Sofía, me contó la historia del “barco del tabaco” y algunas otras más, acaecidas en diversas islas. Ari, además de traducir toda la conversación en los dos sentidos, Sofía-yo yo-Sofía, también tuvo tiempo de contarme más de sus “hazañas”, de las las vueltas que había dado durante su vida.

Total, la conversación derivó hacia temas menos “políticamente correctos” y yo expresé mis dudas acerca de los griegos, y a la vez mi extrañeza acerca de como me estaban tratando y acogiendo ellos. En ese momento, evidentemente tras la traducción de Ari, Sofía me “descubrió” el gran secreto... hay distintos tipos de griegos... los “continentales”, a los que yo llamo Atenienses y Espartanos, estos, son los que andan en “políticas”, los que siempre ponen “el cazo” para el fakelaki (el sobrecito), los que cobran un sueldo público sin ir siquiera a trabajar, los que tienen piscina en su casa sin pagar el impuesto correspondiente, los que ocupan un puesto de jardinero para regar las macetas de un ayuntamiento, habiendo otros cinco “jardineros” mas para las mismas cuatro macetas... Estos “Atenienses y Espartanos” no tienen que ser necesariamente de Atenas, o de “Esparta”, o del continente... son los que están “institucionalizados” (como diría Morgan Freeman en “Cadena Perpétua”); y luego están los otros, los de las islas pequeñas... esos griegos normales que tiene que buscarse la vida día a día, sufriendo el “fakelaki”, aguantando a esos “Atenienses y Espartanos”... 

Pero esto ya es otra historia... que contaremos otro día aunque espero que, mientras tanto, me sepáis guardar el secreto de Sofía, su hijo Ari y cuarenta cabras que viven en un islote OFICIALMENTE deshabitado.